Adriana Salazar: máquinas que no sirven para nada

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Un humano levanta una copa y bebe, presiona un botón y enciende un ordenador, gira un picaporte y abre una puerta. Los movimientos que realiza cotidianamente se pueden interpretar como algo plástico y armónico, o como algo mecánico, frío y funcional. La artista colombiana Adriana Salazar camina sobre la delgada línea que divide ambas lecturas. Sus obras -ella misma lo aclara- no son ni máquinas, ni robots, ni caricaturas del avance tecnológico. Puede decirse que son una propuesta irónica, dispositivos mecánicos que potencian la fuerza de la acción, pero sin finalidad alguna. Desnudan lo que parece tan obvio.

Máquina de llorar (2007), por ejemplo, es una escultura que emana gotas de agua, y Máquina de consuelo (2007) es otra que se ubica exactamente al lado y se ocupa de secarlas con un pañuelo. La primera funciona con un sistema simple de piezas de vidrio, adentro contiene agua que se va evaporando con la ayuda de un mechero de bunsen; luego se condensa y gotea. La segunda es simplemente un pañuelo agarrado a un pie metálico. La artista señala que sus creaciones reflejan la crisis que, desde su punto de vista, atraviesa el arte contemporáneo. “Muchas veces las obras actuales están desvinculadas de los procesos sociopolíticos. Pocos las entienden, son excluyentes. Entonces, uno se enfrenta a la pregunta ¿esto sirve o es sólo para eruditos y coleccionistas?. Mis piezas son un punto de partida para reflexionar sobre estos tópicos”, apunta.

La obra Mademoiselle, Máquina fumadora (2003) es una investigación sobre los movimientos de los fumadores, el impulso inconsciente y corporal de inhalar y exhalar humo. Es algo así como un ekeko pero con un diseño más sofisticado. A través de tubos y un émbolo la escultura se fuma un cigarrillo. ¿La utilidad?. Ninguna, obviamente: es el reflejo exacto de un proceso vacío de sentido, un objeto que prescinde de operaciones de fantasía tecnológica e imposible de reproducir a nivel industrial. Las piezas de Salazar, incluida la máquina de fumar, son capaces de devolver la mirada lineal a los espectadores, ella se reconoce por fuera de la ingeniería y de la ciencia por eso se detiene en la torpeza y en la ingenuidad de la construcción.

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Máquinas despreocupadas (2005) se detiene en el acto de beber. Son dos pies de aluminio que sostienen una copa y simulan la acción de ingerir un líquido, lo interesante es que a medida que van manipulando más líquido comienzan a perder el equilibrio, como si se estuvieran embriagando. Comienzan con un simple brindis y terminan en oscilaciones espásticas, descontroladas. Salazar propone con esta obra entender determinadas acciones humanas como puro movimiento. “Mis máquinas producen desfasajes de tiempo, hacen que un movimiento sea el resultado de velocidades dispares, o de discontinuidades en los giros de un motor. Por eso producen gestos que marcan una diferencia fundamental: hacen cosas, pero hacen cosas que no tienen lugar dentro de un orden regular”, señala.

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La imagen máxima de torpeza la consigue con Máquina que intenta atar un zapato (2006), integrada por dos pequeños brazos metálicos y una zapatilla. Sucede lo obvio, el aparato no puede cumplir su objetivo. Con movimientos lentos intenta hacer el nudo pero le es imposible. El diseño y la construcción de cada objeto está pensando en primera instancia desde la necesidad de que el espectador deje lado cualquier atisbo de comparar las obras con las nuevas tecnologías aplicadas, por ejemplo, a la robótica. Salazar busca el asombro a partir de lo básico. Incluso en la elección de los materiales, apenas utiliza algunos metales y motores eléctricos convencionales. La serie completa de estas piezas lleva como título Doing it myself [Haciéndolo yo misma] y, como se puede ver, mantienen el mismo concepto.

Su última creación es la serie Plantas móviles (2011), resultado de dos meses de investigación dentro del programa de residencias artísticas en Akiyoshidai International Village, Yamaguchi, Japón. La idea ahora es recorrer un camino en parte opuesto al anterior, dotar de movimientos mecánicos a una planta, convertir estéticamente a un organismo vivo en un ente que responde con precisión a agentes externos.

Salazar evita ubicarse en una postura moralista o apocalíptica con respecto al futuro de la tecnología, simplemente le parece importante, políticamente, mostrar el lado problemático del avance tecnológico, de ese valor de progreso que muchos intentan defender. Por tal motivo en sus piezas siempre hay algo que permanece incompleto, esa imperfección es la que se convierte en parte efectiva de la acción. Además, son fabricadas de modo artesanal y diseñadas desde el punto de vista de un aficionado a la ciencia, nunca desde el punto de vista de un experto. Allí está la cuota de humanidad.