Cinco artistas contemporáneos que exploran el medioambiente

Hay que elevar el dedo y señalar al planeta tierra como un foco de conflicto permanente. Porque se está extinguiendo la babosa asiática, o porque la temperatura de los casquetes polares está subiendo o bajando, o porque los chimpancés ya no pestañean a la misma velocidad que la semana pasada. Más allá del chiste que permite semejante maraña de datos acerca de la situación medioambiental, es evidente que el arte no ha hecho oídos sordos a la cuestión ecológica, tan presente en el discurso mediático y político. Entonces nos pareció una idea interesante seleccionar a cinco artistas contemporáneos que ubican a esta temática como eje principal en sus obras. Algunos trabajan desde la robótica, otros desde la arquitectura, otros pasan meses encerrados en laboratorios. Cada uno aporta su punto de vista; el espectador elaborará después sus propias conclusiones.

Gilberto Esparza

plantas-nomadas

Su proyecto Plantas nómadas no sólo propone una reflexión sobre el desgaste del medioambiente, sino que además le encaja un puñetazo al estómago de la sociedad del consumo. Se trata de un pequeño robot de forma arácnida que camina suelto por un terreno agreste, con una planta en su lomo. Va en busca de algún lago o charco con agua contaminada, cuando lo encuentra pone en funcionamiento una bomba de succión que le permite cargar agua en su propia reserva, donde realiza un proceso de purificación. Esa agua, una vez que queda limpia, la utiliza para regar la planta que lleva a cuestas. Los microbios, químicos y metales pesados que extrae los convierte en su propio combustible para seguir avanzando.

El artista señala que su intención es proponer una análisis sobre el comportamiento del ser humano en relación con el avance tecnológico, puntualmente sobre la ausencia de una simbiosis real y concreta que permita una convivencia armónica. Sostiene que la única forma de lograr un compromiso en este sentido es, en lo posible, regresándole a la tierra la energía que diariamente se utiliza para mantener a la sociedad en movimiento.

“La tecnología siempre ha obedecido a la productividad, a que todo vaya más rápido”, apunta Esparza. Plantas nómadas es exactamente lo contrario, trabaja de un modo súper lento para evitar cualquier desgaste y ralentizar los procesos de envejecimiento; sólo se mueve para buscar alimento (agua) o evitar una amenaza externa.

Ursula Damm

Esta artista alemana es autora de The greenhouse converter, una instalación donde interactúan pulgas de agua (daphnia magna), algas (Hydrodictyon reticulatum, Volvox globator) y el espectador mediante un sistema tecnológico simple. A la izquierda ubicó una fuente de agua enriquecida con dióxido de carbono que llega hasta un acuario mediante un conducto. El agua sirve de alimento a una comunidad de algas que por acción de la luz produce biomasa y oxígeno. Adentro del acuario hay un cartel con la palabra Beloved [querido] escrita en luces de led azules. Paralelamente, un conjunto de pulgas, atraídas por la luz azul, cuidan que las algas no crezcan exageradamente y, por ejemplo, no tapen el cartel. Si las pulgas se multiplican desproporcionadamente, la pantalla cambia al color rojo, para que las algas crezcan libremente, o al amarillo para que las pulgas se hagan a un costado y directamente no actúen.

La entrada de agua se controla desde una comando ubicado entre la fuente y el acuario. El espectador en base al color del cartel aumenta o disminuye el dióxido de carbono o la cantidad de agua que ingresa. Cualquier exceso pone en peligro el equilibrio del pequeño ecosistema. Damm demuestra con esta obra que la intervención de la tecnología, utilizada como regulador, sirve para controlar el devenir de la propia naturaleza.

Philip Beesley

Su instalación Hylozoic Soil utiliza los recursos de la robótica para emular la vida de un bosque. El proyecto puede definirse como un híbrido entre arquitectura y escultura. El concepto -explica el autor- es convertir un espacio de exposición en un ecosistema artificial, que a través de filamentos transparentes y componentes informáticos de última generación sea capaz de interactuar con los espectadores. Luego de una serie de estudios de resistencia y aplicabilidad, se decidió construir las ramas con un sustancia llamada Nitidol, muy porosa, que permite desarrollar un intercambio cinético con los espectadores. Mediante un complejo entramado de microprocesadores y placas la escultura respira, se mueve, envuelve la percepción. La función espacial es similar al trabajo de un pulmón: se expande y se contrae.

Este bosque artificial se programa en distintos niveles de actividad para favorecer una conducta espacial coordinada. Son exactamente treinta y ocho controladores y un sensor local que regulan todos los comandos. La instalación manifiesta una obsesión: la respiración orgánica que se agita para envolver a sus exploradores humanos. La obra rompe con definiciones convencionales de “naturaleza” y “artificio”, propone una comunicación más amplia entre el humano y los objetos que conforman su entorno.

Dennis Dollens

La arquitectura biomimética llega a puntos muy elevados en los proyectos del estadounidense Dennis Dollens. Su búsqueda es cuestionar los límites del consumo y su impacto en el medioambiente. La biomimética es una disciplina que toma de la naturaleza su capacidad de ahorro energético y resistencia, justamente para pensar en un cambio real de los modos de producción. Avanza en términos de sustentabilidad. Dollens lleva el mismo concepto a la arquitectura; estudió métodos de la botánica para desarrollar construcciones generativas, tanto en experiencias directas como con simulaciones informáticas mediante los sistemas L-Systems y Xfrog. Su propuesta no se queda en la superficie de copiar el diseño de un árbol, sino que expone nuevos sistemas que funcionan como la naturaleza, para que la arquitectura tome nuevas direcciones.

Por ejemplo, su proyecto Arizona Tower, creado con Xfrog, fue modelado a partir de plantas vivas. El edificio está anclado al terreno por raíces, luego se desarrolla con una morfología ramificada. Las raíces, en sus extremos bajo tierra, permiten almacenar agua, y las ramas, en la altura, presentan paneles solares. Una serie de vainas, conectadas con una doble escalera en espiral, permite el acceso y la circulación. Luego se alza una segunda serie de vainas que delimita cada espacio doméstico. Según explica el artista, se trata de un experimento que abre las puertas hacia las tipologías biorelacionadas. Arizona… alinea formas lógicas formas botánicas. Reinterpreta y desarrolla mediante sistemas computarizados materiales naturales, no tóxicos y biomiméticos.

Francesco Mariotti

Este artista peruano desarrolló en las afueras Viena (Suiza) el proyecto The fireflies factory [La fábrica de luciérnagas] con la intención de analizar el impacto humano en la biodiversidad. Técnicamente, se trata de un hábitat artificial que tiene la capacidad de atraer grandes enjambres de luciérnagas a espacios contaminados. Mediante una serie de diodos de baja intensidad se pone en marcha un sistema de intermitente de mínima luminosidad, que no sólo atrae a los insectos, sino que además los protege, les brinda condiciones óptimas para su reproducción y para el cuidado de las larvas.

Vale el dato: las luciérnagas son un indicador medioambiental. Su ausencia es una señal. A diferencia de otros sistemas de simulación que se llevan adelante en el esfera científica, la obra de Mariotti está pensada a largo plazo. El artista explica que es un diálogo entre aquello aparentemente inerte y la comunidad, un proceso de renaturalización.

El trabajo comenzó a principios de 2010. En junio, unos seis meses después, ya con un campo bien desarrollado, invitó a toda la comunidad de las afueras de la ciudad a contemplar el espectáculo natural, que tituló Danza nupcial de las luciérnagas. Se calcula que para octubre de este año, este mismo lugar será inaugurado como un parque escultórico, donde The fireflies factory ofrecerá un espectáculo natural de luces y sonido.