James Auger y Jimmy Loizeau, la comunicación como arte

Hay quienes dicen que un diseñador no es un artista. Y tienen razón. El diseño es un proceso que obedece reglas de mercado, se esfuerza en trabajar el éxito de un producto, a veces incluso sin reparar en el producto. Es un compendio de datos que apuntan con precisión al bolsillo del consumidor. Los artistas James Auger y Jimmy Loizeau se consideran también diseñadores, pero reconocen que es posible eliminar determinados aspectos comerciales de sus creaciones para cambiar de un plumazo la interpretación. Es así que tuercen el camino de lo que a primera vista puede denominarse diseño para convertirlo en una herramienta de interrogación ávida de señalar problemas. O lo que es casi lo mismo: coquetean con la idea de arte.

Comenzaron a trabajar juntos en el año 2001, su primera obra fue el Audio Tooth Implant, ellos lo definieron como un cambio tajante en la comunicación personal. Se trata de un dispositivo en miniatura de salida de audio y receptor, que se implanta igual que un diente mediante una cirugía de rutina. El sonido se recibe en el oído interno a través de una transducción de hueso. El dispositivo tiene la capacidad de comunicarse con una gran variedad de tecnologías digitales, como teléfonos móviles y servicios de noticias a través de Internet o se puede utilizar en combinación con reproductores de mp3. “Parece sólo un pequeño avance, para nosotros es una forma de demostrar que las tecnologías en nuestros cuerpos pueden aumentar las capacidades naturales”, señalaron en la presentación oficial.

De a poco fueron llegando nuevas obras, por ejemplo Isophone (2003), una de las piezas que más repercusión tuvo en los medios especializados. Básicamente es un experimento telecomunicacional. Los artistas construyeron las condiciones para que una conversación telefónica se desarrolle sin distracción alguna. Para lograr el objetivo, dos personas, que no se conocen entre sí, se prestaron a zambullirse en una pileta climatizada utilizando un casco de flotación, sólo sus cabezas se mantenían por encima de la superficie. El agua estaba a temperatura corporal, para desdibujar lo más posible los límites físicos, además, el hecho de estar flotando libera un 90% de las tensiones musculares comunes que genera la atracción gravitatoria. En esas condiciones tuvieron una conversación, sin percepción alguna del mundo exterior. El concepto fue convertir el acto comunicacional en una experiencia sensorial.

Un año después presentaron Interstitial Space Helmet (ISH), un casco muy extraño que encierra la cabeza completa y tiene una pantalla en el frente, donde se proyecta una imagen de la cara del usuario, o cualquier otra cara a elección. La interacción entre los usuarios funciona en el plano digital, indefectiblemente. Aunque estén frente a frente se perciben mediante la utilización de cámaras web, micrófonos, parlantes y pantallas de LEDs. La obra -señalan Auger y Loizeau- es la representación de cómo la mediación digital está en constante aumento, y cómo ese aumento es un desafío para la construcción de la propia imagen, de una identidad. “Hay usuarios de internet que tienen problemas de interacción en el mundo real. Bien, este concepto borra la división entre esos dos mundos, mezcla elementos de lo virtual y lo físico”, resaltan con un dejo de ironía.

Las propuestas artísticas de la dupla han recorrido el mundo entero, se presentaron en festivales y bienales de primer nivel, y también aparecieron en las tapas de los medios gráficos más exclusivos de Inglaterra. “Nuestra meta es que el público pueda hacer su propio análisis, en el espectro más amplio posible. De esta forma, nuestro trabajo puede ser visto en cualquier lugar de la revista Wired, en el diario The Sun, o en una demostración en una plaza pública en Linz, o en una exposición en Beijing”, explican. La intención es atravesar la delgada (¡muy delgada!) frontera que comparten el arte y el diseño para disparar preguntas sobre la cultura de consumo, el papel de los productos y la ubicuidad y la función de la tecnología.

La instalación Smell+ (2009) intenta revaluar el olfato, ubicarlo como sentido fundamental en el proceso de socialización. La metodología de funcionamiento es sencilla: dos personas se relacionan olfativamente, sin verse, mediante tubos conectados en distintos lugares de su cuerpo que finalizan en la nariz. Axilas, genitales, boca y pecho. Todo a la nariz. Los artistas sospechan que la devaluación del olfato como sentido artístico tiene que ver con la tendencia de científicos y pensadores del siglo XVIII a señalarlo como un impulso primitivo y salvaje. La experiencia de Smell+ puede parecer superficial, pero no lo es tanto, se apoya en distintos estudios científicos que demuestran que a través del olfato se reconocen enfermedades, se siente placer, se mejora un ambiente e incluso se reconocen a personas cercanas. Es decir, es una clara señal de identidad.

Actualmente, los artistas están desarrollando el proyecto Happylife (2010),  una exploración acerca de las posibilidades reales de poner en funcionamiento un sistema inteligente dentro de una casa, que no sólo regule las tareas domésticas, sino que también tenga impacto en la psicología de sus moradores.