Rooftopping, fotografías del vértigo

La exploración urbana sigue coqueteando con los límites, hace una década la moda era perderse en un laberinto de tuberías [cloacas], o ir en busca de antiguos túneles subterráneos, con la cámara dispuesta a registrar la aventura.

El nuevo desafío se titula Rooftopping y uno de sus principales exponentes es el fotógrafo canadiense Tom Ryaboi. La consigna es simple: hay que llegar lo más alto posible para retratar el riesgo de la altura. No es sólo cuestión de lograr una panorámica atractiva, hay que presentar el cuerpo en peligro. El Rooftopping es un ejercicio fotográfico y, en parte, deportivo.

El filo de los rascacielos es la principal base de operaciones. Ryaboi llega hasta la terraza mediante un ascensor, de ahí en adelante se abre camino por sí mismo, utiliza carteles, tanques de agua, una cornisa o lo que haya. Cuanto más extremo es el obstáculo mejor, más impacto logra en la imagen.

La mayoría de las fotos que muestra son de Toronto, su ciudad natal. No utiliza ningún equipo de seguridad, los lugares donde se ubica suelen ser obras en construcción o espacios donde llega clandestinamente. Su única preocupación es encuadrar con alguna referencia –casi siempre las mismas fachadas de los edificios que escala– para dejar en evidencia el riesgo que asume.

Las imágenes de Ryaboi exhiben los bordes del paisaje urbano. Son fotografías que toman distancia del entorno cotidiano para redimensionar el entorno cotidiano. El desafío es reflejar el vértigo: poner al hombre en el centro de la escena, convertirlo en espectador de sus propios límites. Él lo llama La furia final. Es adicto a la adrenalina, necesita sentir el golpe del vacío en la cara mientras contempla la ciudad desde arriba.

El artista recuerda que desde muy chico sintió atracción por las alturas. Cuando tenía apenas dos años sus padres lo encontraron subido a la heladera. Nunca nadie supo cómo llegó hasta ahí. En sus travesías por los rascacielos agota todos los recursos para conseguir la toma perfecta.

Reconoce que muchas veces se asusta, pero enseguida se acostumbra al peligro, es una sensación inexplicable –asegura– entre tensión y comodidad. A casi todas las locaciones accede sin permiso, lo cual puede generarle dificultades legales. De hecho, tuvo discusiones con agentes de seguridad; en repetidas oportunidades le advirtieron que estaba transgrediendo la ley de propiedad privada.

Nunca muestra la cara. Medios especializados que exhiben su trabajo le ofrecieron dinero por un retrato para ilustrar notas y artículos, pero prefiere mantenerse en el anonimato para trabajar con mayor cómodidad.

Fue uno de los primeros a nivel internacional en practicar Rooftopping. Actualmente –estima– hay cerca de veinte fotógrafos que siguen el mismo camino. Sus próximos desafíos se encuentran en Boston y en Chicago, ciudades que ya visitó y donde todavía le quedan trabajos por realizar. No puede traducir en palabras la experiencia, para eso produce las fotografías. Su vida es pararse en el techo de las ciudades. Buscar siempre una bocanada de euforia.