Wim Delvoye: ¿El artista más grosero del mundo?

El mote lo tiene bien ganado, no cualquiera pone en funcionamiento una máquina que copia al detalle el proceso de digestión humana, incluido el acto de defecar. De ahí viene eso del artista más grosero del mundo. De todos modos, no es para tanto, si lo vemos con detenimiento, la obra del artista belga Wim Delvoye (1965) es mucho más que una mera provocación.

Delvoye comenzó a hacer ruido a mediados de la década de 1980, y desde ese primer momento una de las señales características de sus creaciones fue la lectura humorística. Su obra más conocida es Art farm (2005) integrada por una serie de cerdos tatuados, actualmente muy cotizados en el mercado, llegan a los 125 mil euros cada uno. Pero no hay duda que su obra cumbre es Cloaca. Asesorado por un equipo de ingenieros y científicos, el artista logró desarrollar un sistema que convierte dos platos diarios de comida en heces: materia fecal químicamente exacta a la humana. Desde 2002 que Delvoye viaja por el mundo mostrando este particular dispositivo tecnológico en funcionamiento. Lo más cómico es que la caca que produce la vende en las muestras, encerrada en un frasco de Erlenmeyer, a precios exorbitantes. Y aunque parezca mentira, la afluencia de público a sus exposiciones y las ventas de materia fecal enfrascada son un éxito rotundo.

Desde el punto de vista político, esta obra es una patada a la mandíbula del capitalismo. El logo de Cloaca utiliza una suerte de muñeco que emula al de la empresa Mr Clean, la tipografía de Coca-Cola y el fondo ovalado azul de Ford. Es decir, toma los elementos identitarios de tres corporaciones multinacionales gigantescas para ponerlas al servicio de una tecnología que produce caca. La crítica es fantástica en cuanto a la construcción de la imagen, y hay un paso más: el comportamiento del público que compra los desechos. Todos los engranajes artísticos funcionan a la perfección, al punto que asusta un poco trazar un paralelismo entre el sistema económico imperante, los modos de producción contemporáneos y la reacción consumista de los espectadores. Cloaca produce en serie, los desechos son eso: desechos, y su cotización es mes a mes más alta.

Desde lo conceptual, la obra busca una revaloración de los procesos vitales del hombre. La máquina no produce nada, simplemente ofrece desperdicios en forma deshumanizada. No está presente aquí la idea de que la tecnología va a reemplazar a la biología, hay sí una utilización inmediata de la tecnología, que se apropia de la idea de cuerpo, para hacer una poderosa crítica política. Según Delvoye, nadie repara en la complejidad de los procesos de su propio cuerpo, simplemente expulsa las heces por un tubo sin prestar atención. “Es momento de dejar de tratar a la mierda como mierda. La sociedad hace de la mierda algo poco relevante, pero definitivamente lo es”, apunta.

Esta reflexión es bastante parecida a la que el escritor checo Milan Kundera desliza en La insoportable levedad del ser (1984). Textualmente: “Las tazas de water en los cuartos de baño modernos se elevan del suelo como flores blancas de nenúfar. El arquitecto hace todo lo posible para que el cuerpo olvide sus miserias y el hombre no sepa qué pasa con los residuos de sus entrañas cuando rumorea por encima de ellos el agua violentamente salida del depósito. Los tubos de la canalización, aunque llegan con sus tentáculos hasta nuestras casas, están cuidadosamente ocultos a nuestra vista y nosotros no sabemos nada de la invisible Venecia de mierda sobre la cual están edificados nuestros cuartos de baño, habitaciones, salas de baile y parlamentos”. La relación es tan directa como certera.

Recientemente, Delvoye adquirió el castillo medieval de Corroy (Gembloux, Bélgica), donde va a poner en funcionamiento un museo de arte contemporáneo. Corroy es uno de los castillos medievales mejores conservados de Bélgica; cuenta con siete torres, una capilla gótica, pasadizos secretos y 5.000 metros cuadrados habitables rodeados por un foso y doce hectáreas de terreno.