Electrónica de consumo: la otra cara de la moneda

Vaya, se ha estropeado la batería del móvil. Vas a una tienda de telefonía y te miran como a un marciano. ¿Por qué gastarte un dineral si por lo mismo, o incluso menos, tienes un móvil nuevo? Crees que es un razonamiento lógico. Compras. Bienvenido al sistema de la obsolescencia programada.

¿Reparar? ¡Estás anticuado!

Has caído en la trampa. Tú y todos hemos pecado alguna vez. Las reparaciones ya no están de moda, más que nada porque cuestan más que comprar objetos nuevos. Podría aportar un ejemplo personal de un familiar que perdió un empleo estable como reparador de aparatos (radios, electrodomésticos, etc.).

Pero, ¿alguna vez nos hemos preguntado cómo es posible que un aparato nuevo sea más barato que una pieza? Todo tiene un porqué. En este caso, los aparatos electrónicos y cualquier objeto susceptible de dejar de funcionar, especialmente la electrónica de consumo (telefonía móvil, televisores, reproductores de música y vídeo en miniatura, netbooks, etc.) están programados para durar un tiempo determinado y las piezas por separado suelen tener precios elevados precisamente porque es una estrategia para que compres aparatos nuevos y reemplaces a los antiguos.

Quien tenga un ordenador portátil lo sabe de sobras: las baterías  son muy caras y sólo tienen seis meses de garantía porque se estropean enseguida… de hecho, muchos damos por perdido esta problemática pieza del ordenador porque preocuparse por su “salud” no le dará más vida. Pongo, de nuevo, un caso propio: cuando me compré mi ordenador portátil, cuidé la batería de forma que la extraía siempre que no la necesitaba, es decir, cuando el aparato estaba enchufado a la electricidad. Resultado: su capacidad de autonomía se redujo hasta unos míseros dos minutos y en la actualidad, directamente no funciona. En cambio, mi prima, con un ordenador de seis años de antigüedad, presumía de una batería íntegra que duraba más de dos horas y media. ¿Cuidados? Ninguno. Nunca había salido de su espacio. Quizás esto nos dé una pista de qué es la obsolescencia programada…

De usar y tirar

La obsolescencia programada es un sistema de producción que se estableció a lo largo del pasado siglo XX con el auge de la sociedad del consumo. Los trabajadores comenzaron a ahorrar y a tener capacidad adquisitiva. Había que remodelar el sistema: ya no servía la antigua filosofía de fabricar “pantalones que duran para toda la vida” o “radios que siempre funcionan”. En ese caso, el consumo es mucho más lento. La obsolescencia programada intentó crear nuevas necesidades.

¿Cómo lo hizo? A base de eliminar y destruir de raíz los objetos que seconformaban como imprescindibles en la vida diaria. Ya no se contrataba a investigadores para que encontraran la fórmula infalible para que un objeto durara el máximo tiempo posible; todo lo contrario: se buscaba lo efímero, lo desechable. El documental “Comprar tirar comprar” lo ejemplifica muy bien con la disminución de la vida útil de las bombillas a lo largo del pasado siglo: de 2000 horas a 1500 horas, de 1500 horas a 1000 horas… todo para aumentar la frecuencia de la compra. Sin escrúpulos hacia el bolsillo de los trabajadores.

La sociedad del consumo tiene dos grandes bazas para crear necesidades que empujen a las personas a comprar: empeorar la calidad de los productos para que éstos se sustituyan antes y la moda como filosofía que dicta que los zapatos que nos ponemos hoy tendremos que tirarlos a la basura el año que viene si no queremos que se rían de nosotros los vecinos.

Electrónica de consumo: la revolución de las ventas

El primer día que los iPads salieron a la venta en Estados Unidos se vendieron 300.000 ejemplares (corría abril de 2010). Al final, acabaron vendiéndose en todo el mundo 14 millones de iPads. La cosa no termina aquí: analistas aseguran que las ventas crecerán todavía más en 2011, hasta un 250%. El móvil de Apple no se queda atrás, y después de tres días de su lanzamiento en Estados Unidos, el iPhone 4 vendió 1,7 millones de unidades. No me quiero centrar sólo en Apple, aunque es un buen paradigma. También podemos hablar de las abrumadoras ventas de telefonía móvil de todas las marcas o de ordenadores portátiles, que por cierto, ya en 2006 sus ventas superaron al de los ordenadores de mesa y sólo en España, entre julio y septiembre del año pasado, se vendieron más de un millón de portátiles.

Hagan cuentas. La portabilidad ya no es exclusiva de hombres y mujeres de negocios. Por no hablar de los pendrives.

Cementerios tecnológicos lejos de casa

La obsolescencia programada prioriza los beneficios económicos sobre cualquier otra variable que suponga el consumo agresivo. ¿Usar y tirar supone un gran coste ecológico debido a la colosal basura electrónica que genera? No importa. Eso sí, para evitar los malos olores del cementerio tecnológico, mejor que se encuentren lejos, muy lejos de casa. Tan lejos como países que apenas sabemos ubicar en un mapa.

¿Sabes dónde está Guiyu? Suena a chino, ¿verdad? Nunca mejor dicho, es una ciudad de la provincia de Guandong, tristemente “célebre” por ser uno de los mayores vertederos tecnológicos del mundo. Como es de esperar, miles y millones de chips, pantallas rotas y teclados sin teclas conviven con la pobreza. No es el único lugar: también podemos contar a Ghana, Indonesia, Nigeria, Pakistán o la India. La excusa para exportar la basura electrónica es que la etiquetan como “material de segunda mano”. Evidentemente, no es así.

La basura tecnológica (o e-waste, como se la conoce en inglés) es preocupante: contamina mar, tierra y aire allá donde se asienta debido a sus sustancias altamente tóxicas como el mercurio o el plomo. Desastres ecológicos en países lejanos. Según la ONU, Europa genera anualmente 1.300 millones de toneladas de basura tecnológica.


Reflexión final: tenemos el poder

Hemos seguido un desarrollo que nos ha llevado a los basureros mundiales de la basura de los países ricos. Volvamos al comienzo: la obsolescencia programada. Ésta es la filosofía que nos empuja a consumir y tirar, como un acto mecánico, sin control. Sé que en plena crisis económica no nos encontramos en la coyuntura ideal para decirlo, pero deberíamos apostar más por renovar y arreglar nuestros aparatos y pensárnoslo dos veces antes de adquirir uno nuevo, aunque cueste lo mismo o sea más barato.

No hablamos de grandes gestos, sino de pequeñas cosas que podemos cambiar en nuestro día a día, como dejar de emplear papel de plata (paradigma del “usar y tirar”) para envolver nuestros bocadillos y apostar por alternativas como el Ecobocata de Lekue, del que hablamos en un post.

Y sobre todo, no comprar por impulsos caprichosos. En este caso, no culpemos a terceras personas. Como causantes del problema y adictos a la tecnología, también somos responsables y podemos ser héroes de su resolución. Nosotros somos los consumidores, nosotros tenemos el poder de moderar nuestra actitud de consumo.